¿Pero qué tiene que ver un traje con una escritura de poder?

Luis Fernández-Bravo Francés 25/04/2016

shutterstock_273211070Cuando tuve que ir invitado a la boda de un íntimo amigo siendo aún opositor, me vi en la necesidad de alquilar un chaqué. Evidentemente, había muchas tiendas especializadas que me podían prestar ese servicio pero, después de pasar por varias de ellas, en las que los dependientes me ofrecían material precocinado, acabé en la sastrería de Alfredo, a cincuenta metros de mi casa de siempre.

De entre las prendas disponibles, el dueño, con ojo de especialista entrenado, seleccionó cuidadosamente una chaqueta, la encajó en mis hombros y ajustó la hechura con los alfileres necesarios para que se adaptara a mi anatomía sin la más mínima arruga. Hizo lo mismo con pantalón y chaleco, usando idéntica maestría. Me había adaptado el estándar a mi necesidad concreta y particular.

¿Pero qué tiene que ver un traje con una escritura de poder?

Son muchas las definiciones que hay acerca de los poderes. Una de las que más me gustaba en mi época de estudiante dice que es “el documento que permite convertir la ausencia física en presencia jurídica”: si no puedo o no me conviene desplazarme para una determinada actuación nombro a una persona de mi confianza para que cumpla el encargo por mí.

De entre ellos, el más común es el llamado «poder general«, también conocido como “poder de ruina” por los devastadores efectos que puede llegar a producir si elegimos mal al apoderado y este se extralimita a sus funciones o no cumple el encargo como debe. Quizá por eso, algunos de los clientes que han pasado por mi despacho me han regalado auténticas perlas para la definición de tan frecuente escritura: uno aseguraba que “otorgar un poder para vender es como haber vendido” y otro, más directo, consideraba el poder “como una pistola cargada”, lo que algún compañero ha tratado en extenso.

Y todo esto nos lleva a la respuesta que el lector estaba esperando: un poder notarial es como un traje a medida.

Para algunos irá bien el prêt-a-porter. Un documento básico, estándar, con las facultades predefinidas por la Ley. Es el caso del poder general para pleitos, que debe reunir los requisitos previstos en la Ley de Enjuiciamiento Civil. Pasa lo mismo con el poder electoral.

Hay veces en las que necesitas un traje a medida: un poder especial solo para una o varias actuaciones concretas o para una función determinada.

En otros casos, el estándar será discutible. Del mismo modo que a muchos compradores les sentará bien el pantalón de la talla 44, habrá otros que tengan una talla 46 en la cintura y una 44 en la cadera, haciendo imposible el acto físico de respirar una vez abrochado el botón. Suerte que en esos casos cuentas con la complicidad de la cortina del probador.

Pues lo mismo le ocurre al poder. Como regla, los únicos límites al poder general están en la Ley. Un apoderado no podrá otorgar nunca (jamás) testamento por su poderdante, y no podrá tampoco casarlo ni divorciarlo. Son actos que llamamos “personalísimos”. Sí sería posible contraer matrimonio por apoderado con un poder especial para ello y en el caso de la separación y del divorcio muchos sostenemos que es aplicable la figura del nuntius como mero transmisor de la voluntad de otro. Ídem para las actas de declaración de herederos.

Sin embargo, dentro de las facultades que se contienen en el poder general muchas no serán necesarias. Por eso, modifica el prêt-a-porter hasta hacerlo a la medida de tus necesidades como si se tratase del traje que vas a vestir en un evento importante: quita las facultades que tu apoderado no vaya a usar, añade las que preveas que le van a hacer falta, limita el plazo si lo consideras necesario, porque de lo contrario el poder valdrá mientras vivas y siempre, siempre, confía en el notario que libremente elijas, del mismo modo que lo harías en tu sastre.

Eso sí, no temas a la factura. Aquí tienes puedes tener un documento de alta costura, hecho a tu medida, siempre a precio de prêt-a-porter.

Y concluyo advirtiendo que el sastre español siempre será mejor a estos efectos que el británico, por mucho que algunos gusten de los trajes de Savile Row, pero eso queda para otro día.

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