¿Es aburrido el trabajo del notario? Parte 2

Joaquín Vicente Calvo Saavedra 18/05/2017

Ya dije en la primera parte de este post que es imposible resumir todo lo que vive un notario, pero que nadie piense que es un trabajo aburrido. Para demostrarlo, he recopilado otras tantas anécdotas de lo más curiosas.

Salir a hacer actas es algo que da para muchas historias: desde aquella vez en la que una persona me rompió una notificación en la cara y me la tiró despectivamente; hasta tener que subirme en un barco a recoger “chapapote” presumiblemente vertido por el “Prestige”, el petrolero hundido en la Costa de la Morte. El desastre ecológico hizo que tuviera que abrir la notaría a altas horas de la noche para firmar poderes de los marineros que no tenían posibilidad de acudir al despacho en horas de oficina. Llegué a firmar con alguno de ellos, agotados y llenos de petróleo, a las 2 de la mañana. Era una forma de ayudar en lo que podía dentro de la tragedia que se estaba viviendo.

Subir a sitios donde mi vértigo se dispara o ir a comprobar si un bar está cerrado o pone música a altas horas de la noche son dos ejemplos opuestos de actas que me cuestan y no me cuestan tanto hacer.

En otra ocasión me requirieron dos vecinos, uno para que dejara constancia de que el muro de su casa estaba mal y el de al lado para decir que estaba bien. Al final delante de mí se pusieron de acuerdo y en el cierre de ambas actas tuve que poner que los requirentes manifestaban “que el muro estaba regular”.

Para demostrar que una casa tenía todas las instalaciones adecuadas para una reagrupación familiar, me llegaron a invitar a una ducha “y verá que calentita sale el agua”. Decliné la invitación, aunque comprobé el perfecto estado de la ducha abriendo los grifos.

En otra ocasión me tocó contar todas las sombrillas fijas de una playa en pleno mes de agosto.  Ese día decidí que no pasaba nada por dejar el traje en casa y vestirme más adecuado para la ocasión con bañador y chancletas.

En las herencias he visto lo peor: familiares peleados, firmando en despachos separados e insultándose a voz en grito, incluso llegando a las manos. Pero también lo mejor, como, por ejemplo, una familia con 12 hermanos, cuñados, y un montón de nietos, que en un despacho que parecía un estadio de fútbol vinieron con la intención de poner en orden las cosas, pero sobre todo “de juntarnos y después irnos a tomar todos un buen churrasco”. Al dividir la herencia todos estaban de acuerdo en que lo mejor era “sortear los cupos por el notario; nos conformamos con lo que toque”.

He presenciado separaciones dolorosas, pero también ocasiones en las que una pareja venía a firmar la separación, y tras 10 minutos hablando en el despacho en privado acabaron besándose y, un año después, haciendo testamento a favor de su hijo recién nacido.

Todos estos son ejemplos de cosas que pasan en cualquier notaria, día sí y otro también.

Mi objetivo siempre es el mismo: quedarme con la sensación de que lo he hecho lo mejor que he podido, asesorándoles en todo lo posible y redactando una escritura que refleje con claridad su voluntad, y que, dentro de mis posibilidades, he ayudado y solucionado los problemas de quien lo ha requerido.

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