«Que venga el notario a dar fe»

Joaquín Vicente Calvo Saavedra 13/04/2015

Joaquín VicenteUna de las facetas de la profesión notarial que más conoce la gente, y que más anécdotas de todo tipo ha producido en el ejercicio de la misma, es la de las llamadas “actas de presencia”. Es decir, las que empiezan con un requerimiento típico al notario para «que venga a dar fe».

Hay muchas clases de actas, pero en estas líneas sólo me voy a centrar en estas de presencia que, explicadas de forma muy rápida, no son más que aquellas en las que el notario acude, ve, toma nota -y normalmente fotografías de lo visto- para dar fe y prueba de que lo reflejado coincide en ese momento con la realidad por él observada.

El acta de presencia tiene fundamentalmente la utilidad de la prueba fehaciente de algo que queda incorporado al documento con hora y fecha determinada y que, por supuesto, tiene que referirse a algo que pueda ser percibido y observado fielmente por el notario en ese preciso instante.

Creo que esta función notarial, es de las que mejor reflejan el valor que se sigue dando a «la palabra del notario» y la fiabilidad -que no sólo jurídica sino también y sobre todo socialmente- se da a la misma.

Dicho esto, he de confesar que me han pasado todo tipo de situaciones, y anécdotas durante la realización de estas actas de presencia, algunas divertidas y otras no tanto. En otras entradas de este blog, ya he comentado que mi primera notaría fue la de Muxía, justo en el momento en que toda la Costa de la Morte se vio arrasada por el «chapapote» del petrolero Prestige. Muchas actas de presencia me tocaron hacer en esas fechas. Algunas, incluso, a bordo de barcos de pesca, reflejando la existencia de aquellas manchas de crudo en el mar, en las rocas o  en los arenales, como un medio más para justificar la necesidad de ayudas para paliar los daños producidos por la catástrofe. Hace poco más de un año, me tocó revivir algo parecido por la desgracia del incendio que arrasó una parte de la maravillosa Sierra de la Tramuntana mallorquina.

Estas actas, como otros muchos documentos notariales, reflejan además las peculiaridades y diferencias de las distintas regiones. En Galicia, me tocaba hacer actas en las que algún vecino se quejaba y quería que quedara reflejado con fotografías cómo una edificación o un muro hacían verter «demasiada agua» sobre la finca propia. En Almacelles, Lleida, la España seca, la queja era al revés, las obras o muros que impedían llegar el agua para el riego.

Ciertas actas pueden llegar a ser realmente divertidas, aunque luego resulten ser de difícil cumplimiento. Recuerdo un compañero llamado para dar fe del número de muñequitos «clicks» (creo recordar que más de 2000) para acreditar un record mundial. La instalación era preciosa, pero contarlos fue una auténtica pesadilla, según comentaba.

Otro ejemplo curioso fue el de realizar un acta para reflejar el ruido nocturno o acreditar que se servían copas más allá de la hora de cierre en una zona de pubs. Aunque pueda parecer divertido, no lo es tanto para el que está «de servicio» a las tantas de la madrugada rodeado de gente de fiesta.

Particularmente, las que más sufro son las actas de alturas. Sufro de vértigo y por muy bonitas que sean las vistas desde un acantilado o desde un piso catorce, para mí es un auténtico suplicio, y más si tengo que subir por estrechas escaleras o dar fe de que se ha caído una barandilla o medio balcón. Gajes del oficio en todo caso.

Las más comunes, sin embargo, siguen siendo las de construcciones, pasos cerrados o abiertos a caminos, o desperfectos producidos por algún accidente. ¡Algunas hasta son dantescas! Recuerdo, por ejemplo, entrar en barca en Salou a un edificio después de una tormenta tremenda, y al llegar al décimo piso, cuyo salón estaba totalmente destrozado por un tornado, asomarme al balcón y que el dueño me dijera «mire en aquel sexto piso del edificio de enfrente a más de 100 metros, el sofá empotrado en la ventana es el mío«.

Hay actas que yo llamo preventivas. Se trata de ir a ver algo ‘por si las moscas’, por ejemplo, en casos en los que se va a hacer una obra, excavación, demolición o movimiento de tierras en una finca o edificio cercano. He llegado a entrar en un edificio casi nuevo con zanjas y grietas en las que entraba mi brazo entero, y con miedo real a que aquello se viniera abajo.

Algunas veces se requiere al notario para ver lo mismo desde las dos partes. Por ejemplo, para intentar demostrar lo bien que está una obra desde una parte y desde la otra para intentar demostrar que está fatal. El notario -como en todos los documentos que autoriza- se limita a dar fe con total neutralidad de lo observado, sin juicios de valor -que no entran dentro de nuestra labor- y reflejando, normalmente fotográficamente, lo observado.

Esa neutralidad a veces no es entendida. De hecho, alguna vez he llegado a recibir amenazas e incluso he tenido que ser acompañado por la policía simplemente para ir a ver un muro o una casa.

En otras, sin embargo, es difícil mantener la compostura. Recuerdo ir requerido por una sociedad cinegética a «dar fe» de que, por culpa de un incendio, no quedaban conejos en una zona determinada de caza. El problema es que no sé si por curiosidad de ver un señor trajeado por aquellos parajes o por el efecto llamada, fue llegar allí y empezar a ver decenas de conejos saltando alegremente por la zona.

Ni qué decir tiene que el cierre del acta no fue del gusto del requirente, aunque eso no impidió que fuera invitado poco después a una magnífica comida… a base de conejo, claro. De esa invitación y de las buenas dotes del cocinero sí que pude dar fe.

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