El notario, ¿nace o se hace?

Eduardo Amat Alcaraz 07/07/2015

07.07.2015 Eduardo Amat - La vocación del notarioEl artículo 5 del Reglamento Notarial dispone que «el ingreso en el Notariado tendrá lugar mediante oposición para obtener el título de notario«. Por tanto, no se es notario por libre designación política (y menos divina), ni por adquirir la plaza de otro notario (las notarías no se venden ni compran) ni porque tu padre sea notario y pase a ti la plaza por su jubilación o fallecimiento pues las notarías no se heredan, como sucede, por ejemplo, con las oficinas de farmacia.

Como hemos visto, el acceso a la profesión es igualitario, libre y abierto a todo el mundo: para ser notario “simplemente” se requiere superar unas duras oposiciones (casi cuatrocientos temas) y para concurrir en ellas es preciso a su vez ser previamente Licenciado o Doctor en Derecho (aparte de otros requisitos como ser español o nacional de la Unión Europea, mayor de edad y no estar incurso en ninguna de las causas de inhabilidad para el cargo legalmente establecidas).

Esas oposiciones se convocan por el Ministerio de Justicia aproximadamente cada dos o tres años (lo que dificulta aún más si cabe la situación, al no tener la oportunidad de presentarse cada año, como sucede en la mayoría de oposiciones) y el tiempo medio estimado de preparación de los opositores es de unos siete u ocho años (sin contar el tiempo invertido por los que se quedan por el camino).

Durante este tiempo, un opositor emplea una media de doce horas diarias de estudio, con un día de descanso semanal, acudiendo a un preparador normalmente una vez a la semana para «cantar los temas», como se conoce en el argot. El preparador es un notario que forma y lleva el seguimiento al opositor y que, en la inmensa mayoría de casos que conozco, realiza esta labor de forma altruista y sin remuneración alguna.

Puedo dar fe de que los años de oposición no son nada gratos ni confortables y realmente se pasan muy malos momentos de bajones de fuerzas, estrés por el duro ritmo de estudio, ansiedad por saber que los exámenes no son cada año y que no hay que dejar escapar el tren cuando pasa porque ello supondría invertir otros dos o tres años más… Soy preparador de opositores y revivo estos sentimientos al tratar semanalmente con ellos, por lo que a la estricta formación jurídica se le impone también al preparador el cometido anímico y psicológico para que no decaiga la moral de la tropa.

Con este panorama, os preguntaréis: ¿y cuál es el aliciente para tomar la decisión de ser notario? La primera respuesta que seguramente casi todos los lectores daréis será el factor económico; bien, pues debo deciros que sí y no. Indudablemente, un notario a lo largo de su carrera –como, por otro lado, casi cualquier profesional-, desempeñando fiel y rectamente su oficio y ocupando poco a poco plazas de notaría de mayor envergadura, podrá alcanzar una retribución significativa, si bien estimo que no exagerada, teniendo en cuenta la exigencia para acceder a la profesión, la responsabilidad que conlleva y el hecho de que los actuales aranceles notariales datan del año 1989, sin haber sufrido desde entonces ningún tipo de actualización o adaptación (y las que han habido han sido a la baja…).

Además, hay tener en cuenta el hecho de que el notario no gana un sueldo fijo, ni el Estado le asegura un mínimo de ganancia, sino que desde este punto de vista es estrictamente un profesional liberal (no en vano el artículo 1 del Reglamento Notarial dice que «los notarios son a la vez funcionarios públicos y profesionales del Derecho»), cuyo beneficio dependerá de su productividad, debiendo afrontar de su propio bolsillo, sin ayuda ni subvención alguna, todos los gastos fijos que supone la oficina notarial (empleados, local, mobiliario, equipos informáticos, etcétera…).

De pretender buscar una estabilidad económica que garantizara una remuneración mensual fija, desde luego, ésta no hubiera sido la opción y de hecho, durante los primeros años de ejercicio profesional, en el que normalmente las plazas que se desempeñan son modestas, los beneficios son bastante limitados y durante estos años habidos de crisis económica, son muchas las notarías que han sufrido pérdidas económicas, llegando incluso a haberse declarado algunos notarios en concurso de acreedores.

Así pues, en el hecho económico no se halla la respuesta. Acudiendo a mi experiencia personal, sin antecedente ni tradición notarial alguna en mi familia, creo que las razones que me impulsaron a tratar de ser notario fueron otras. Conforme avanzaba en la carrera de Derecho y me iba planteando las posteriores salidas profesionales, fui decantándome por notarías, en primer lugar, por ser el notario un cualificado experto jurídico, en especial en materia de Derecho Privado (Derecho Civil, Mercantil o Hipotecario, entre otras, materias que estaban entre las que más me gustaban en la carrera); también, por la propia consideración social y respeto de que tradicionalmente ha gozado la figura del notario. Pero sobre todo, creo que la razón fundamental es la propia dinámica del ejercicio de esta profesión, en la que prima el componente humano, al tener un trato personal directo y cercano con la gente, que deposita en el notario su confianza y comparte su intimidad para formalizar algunos de los actos más trascendentes de su vida.

Así, en los últimos días, pude presenciar la alegría de una pareja que se compraba una casa; de las inquietudes y expectativas de unos jóvenes que iniciaban una aventura empresarial; del pesar de una mujer cuyo marido acababa de fallecer en trágicas circunstancias y necesitaba que la orientara sobre los trámites legales a seguir; e incluso, el día previo a escribir estas líneas, con un señor, ya anciano, que manifestándome su voluntad de otorgar testamento me contaba con lágrimas en los ojos la nula relación que mantenía con uno de sus hijos…

Todas estas experiencias personales, desde luego, no se pagan con moneda alguna y hacen que los malísimos ratos vividos durante los años de oposición se vayan poco a poco quedando como un mal sueño. Sin ninguna duda, si volviera a tener dieciocho años (ay, tempus fugit…) y me tuviera que plantear a que querría dedicarme profesionalmente en el futuro, escogería otra vez ser notario.

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