La vida contada en el protocolo notarial

Manuel Ignacio Cotorruelo Sánchez 21/11/2016

shutterstock_257734606En pleno verano y vacaciones escolares, unos clientes acudieron al despacho acompañados de su hija menor de corta edad. Tras presentarnos, uno de los padres me comentó: “¿Ha visto lo pronto que ha empezado mi hija a venir a la notaría…? Esta chica promete”. Ese comentario inspiró este post porque refleja una idea bastante extendida: que los notarios aparecemos más temprano que tarde en la vida de los ciudadanos y que una gran parte de esa vida queda escrita y reflejada en los protocolos notariales.

Suele ser en momentos importantes y pueden empezar muy pronto. Esa pareja a la que me referí antes venía a otorgar sus respectivos testamentos a favor de sus dos hijos menores de edad. Por tanto, aunque de forma pasiva, esos menores ya aparecen en un protocolo notarial. También hace unos días, dos hermanas de 18 y 20 años de edad acompañaron a sus padres a mi despacho para formalizar el divorcio de su matrimonio y a través de la escritura pública, conocieron y consintieron las medidas que les afectaban acordadas por sus padres. A veces, en el caso de los más jóvenes, el primer documento notarial es un poder general a favor de sus padres, con motivo de su marcha para iniciar su andadura profesional o empresarial al extranjero o lejos del lugar de residencia. Para ese comienzo de la actividad laboral, suelen ser necesarios testimonios notariales de títulos y documentos que justifiquen los estudios de estos noveles.

A medida que avanza la vida, llegan los momentos de tomar las decisiones que conforman el futuro y casi siempre se acude al notario para realizarlas. El hijo de unos conocidos, de unos 25 años, antes de decidirse, estuvo en el despacho con su pareja solicitando asesoramiento de las diferencias entre casarse o constituirse como pareja de hecho. Finalmente, decidieron contraer matrimonio, que celebramos en la notaría y pactaron en capitulaciones matrimoniales el régimen económico del mismo. Esos jóvenes cónyuges, como tantas personas, tuvieron que plantearse otra de las decisiones importantes de orden económico, ¿comprar o alquilar su vivienda habitual?

En esa elección también estamos los notarios. Sobre todo si se compran la vivienda, que en numerosas ocasiones es la primera escritura pública que firman muchos ciudadanos y se acompaña de un préstamo hipotecario que financia la compra, por lo que la cuestión es trascendente. Dado que en un porcentaje altísimo es la inversión más importante que una persona realiza en su vida, la participación del notario es esencial. Su control de legalidad y la seguridad jurídica que aporta la escritura pública da confianza a vendedor y comprador.

La pareja a la que casé que os contaba antes, decidió formalizar en escritura púbica un arrendamiento con opción de compra de su vivienda familiar tras estudiar su situación personal y económica y consultarme cuál de las posibilidades era la más adecuada. Dado que no sabían en qué localidad terminarían viviendo, pero no querían pasar la oportunidad de “atar” durante un cierto tiempo la vivienda que encontraron. Les recomendé que hicieran la operación en escritura pública para asegurar la futura ejecución de la opción de compra.

Junto al matrimonio y a la compra de la vivienda, el otro documento notarial más trascendente en una persona es el testamento. Ya he explicado por qué lo son los dos primeros y el tercero lo es porque refunde lo personal y lo patrimonial, ya que su contenido puede ir desde el reconocimiento de un hijo, hasta el nombramiento de un tutor para un hijo incapaz, pasando por el nombramiento de la persona o personas que quieres que sean tus sucesores.

Está claro que la vida de una persona se cuenta en el protocolo notarial por eso un historiador español dijo que “asomarse a un protocolo es como otear todo el panorama de la vida y departir con sus personajes, famosos o humildes, que, confiados en el secreto profesional, nos descubrirán sus debilidades, y a la vez también, hermosas virtudes”.

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