Me gusta casar

Manuel Ignacio Cotorruelo Sánchez 11/02/2016

shutterstock_132297164Entre mis documentos favoritos están los que sabes que formarán parte importante de la vida de los clientes. Hasta ahora, el ejemplo más evidente era la compra de la primera vivienda por lo que les supone personal y materialmente. Pero también lo eran otros, como la constitución de una sociedad que les permitía realizar una actividad económica como “modus vivendi”, o el testamento que ordenaba su sucesión. A ese grupo de preferidos se han unido, a partir de la entrada en vigor de la Ley de Jurisdicción Voluntaria, los matrimonios ante notario o “bodas notariales”, como ya se conocen.

Y es que hasta ahora, mi experiencia casando ha sido muy enriquecedora. Empezó un día, muy poco después de la entrada en vigor de la ley, en el que apareció por el despacho una mujer joven preguntando si el notario podía casar y, si era así, cuándo se le podría dar cita. Apresuradamente (dada la expectación por lo novedoso del asunto) contesté que sí, le informé de la documentación a traer y le dije que si la tenía encima, al día siguiente por la mañana podría celebrarse el matrimonio.

La respuesta causó entonces sorpresa y nerviosismo en la futura contrayente pues no pensaba, según confesó y por la información que tenía, que fuera posible llevar a cabo tan pronto la celebración y de forma tan sencilla. Pero de inmediato se repuso y me preguntó que cómo podría ser la boda, a lo que le respondí que me explicara qué tenía ella en mente y que nosotros adecuaríamos el otorgamiento a su idea. Le enseñé la sala del despacho que yo creía que era la más adecuada para esa escritura de matrimonio, tanto por sus medidas (la más amplia) como por sus vistas a la Bahía de Cádiz, y tras dar su aprobación, cerramos la cita. Llegado el día, fue una celebración con vestido de novia, niños, invitados, explicación del significado del matrimonio, anillos, ramo, fotógrafo… e incluso arroz (esto último me lo confirmaron los vecinos del edificio). Firmaron los contrayentes y testigos, se llevaron sus respectivas copias en ese mismo momento y se fueron a celebrarlo. Ese mismo día también salió la copia hacia el Registro Civil competente.

Parecida a ésta ha sido la experiencia en otras tres bodas. Tras una reunión previa con los interesados, me decían si había invitados y si querían o necesitaban algo especial. Recuerdo en una de ellas, que la contrayente era extranjera y no entendía el idioma español, así que tuvo que estar presente un intérprete elegido por ella que, tras traducir su contenido, firmó junto a los novios y testigos la escritura de matrimonio. En otra, la ceremonia no se limitó a la boda notarial en sentido estricto, si no que continúo con alguna otra intervención.

En el resto de “mis” matrimonios, los interesados han querido intimidad y lo han formalizado sin más presencia que la suya, la mía y la de los dos testigos necesarios. Alguno de esos casos por estricto deseo personal de los contrayentes y otros por necesidad, como una pareja que se casó en el hospital.

Por todo esto que os he contado me gusta casar. Creo que los notarios estamos respondiendo a una necesidad de los ciudadanos y que somos capaces de hacerlo adecuando nuestra actuación a sus preferencias. A eso se une la sencillez del acto, la rapidez en la respuesta (lo normal es que la pareja acuda al despacho con los antecedentes precisos y le citemos incluso para el día siguiente, dependiendo de la agenda de los interesados y de la notaría), y el grado de satisfacción que manifiestan los clientes.

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